Extasiado aún por su fulgurante triunfo en las elecciones de 2018, a escasos tres años Morena enfrenta cada vez más dificultades para ratificar su predominio. En lugar de la marcha triunfal que esperaba en las elecciones intermedias de 2021, el presidente de la República ha debido suplantar a su partido en un desesperado intento de mitigación de daños. Además, transcurrida la mitad del sexenio, se ha evidenciado en la práctica que el proyecto de Morena no es de izquierda y que su organización partidaria tiene pies de barro por cimientos.

Morena es un conglomerado de oportunismo y falsas expectativas. En breves palabras y con mucho tino, Julio Patán (24 Horas, 05/05/2021) hizo un recuento de lo que llamó “las corrientes ideológicas de la 4T”, en el que señaló que la tribu hegemónica de ese movimiento es la corriente paleopriista (conformada por dinosaurios del echeverrismo diazordacista). Con menor influencia, se encuentran el chavismo-quincenismo (proclives al ideal bolivariano, pero cuya fidelidad está atada a la nómina y a otros bonos), el cristianismo norcoreano (con delirantes filósofos y cuadros añorantes de la Idea Zuché) y el chairo-itamismo (una izquierda fifí que no desaprovecha la oportunidad de incursionar a lo grande en el capitalismo de cuates).

Tal es el perfil ideológico de un movimiento que se pretendió impulsor de la regeneración, pero se convirtió en el restaurador del más anquilosado priismo setentero.

Para complementar la disección de Patán, se debe decir que el círculo rojo cuatroteísta se adelgaza cada vez más pues, si en algún momento hubo una izquierda intelectual y política que creyó en la Cuarta Transformación, ésta se partió en dos. Por una parte, los decepcionados en creciente número, que están abandonando ese barco y denuncian el engaño. Por la otra, los que en aras de mantener cargos, contratos y privilegios para sí mismos y para sus familiares, sin vergüenza defienden hasta la ignominia cualquier ocurrencia de su líder. Si se trata de legisladores, levantan disciplinadamente su dedo en las cámaras para aprobar leyes y decretos remitidos desde el Palacio Nacional “sin moverle ni una coma”, dicho sea literalmente. Aunque, de vez en vez, la magnanimidad del señor presidente les permite que inicien y aprueben alguna que otra reforma del tipo del “Día de la Lucha Libre”, el “etiquetado frontal” o la “modernización del catastro”, siempre y cuando no tengan ningún impacto presupuestario.

Pese a la levedad de la materia de tales aportaciones, los ex izquierdistas hacen fiesta en tales ocasiones y preconizan el carácter histórico de su empeño reformador. Lo acabamos de ver en días recientes, cuando Martí Batres y Pablo Gómez festinaron en grande la enésima derogación de la partida secreta, como antes proclamaron la supuesta “derogación del fuero”, al lado del diputado Saúl Huerta, acusado de abusos sexuales contra menores.

Si en el plano de las ideas Morena afronta algo muy parecido a la bancarrota, su organización partidaria parece extinta. Sus estatutos son letra tan muerta como la conducción de su dirigente formal Mario Delgado y la propia existencia de sus órganos de dirección, secuestradas sus decisiones y la designación de candidatos por quien opera el dedazo encubierto con etéreas encuestas.

La operación territorial igual le fue arrebatada al partido y quedó bajo el mando de Gabriel García, el coordinador de los mal llamados Servidores de la Nación, cuyos brigadistas mudaron el chaleco de la Secretaría de Bienestar por el de Morena. Continúan recorriendo el territorio nacional y operan activamente su plan de clientelismo electoral mediante el condicionamiento masivo de los apoyos de los programas sociales.

Escándalos de corrupción en el gobierno, estrépito de ineptitud gubernamental que incursiona en lo criminal y candidatos impresentables, son factores del desgaste de Morena. El declive es tan evidente que, ante la incapacidad del partido que fundó y pese a reincidir en violación constitucional, López Obrador tomó en los hechos el puesto de coordinador y vocero de la campaña de Morena, y hasta hace el papel de litigante de sus casos, mismo que debía estar a cargo de unos representantes electorales que, al igual que sus dirigentes partidistas, no dan pie con bola.

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