La instrucción del presidente Andrés Manuel López Obrador a su equipo es: cuiden y protejan a Claudia Sheinbaum. Pero al mismo tiempo, la credibilidad hacia la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, que es su delfín para la candidatura presidencial en 2024, está lastimada. Los resultados electorales en la Ciudad de México fueron lo primero, y en público y en privado le ha reclamado el Presidente que abandonó el trabajo con los grupos más necesitados de la capital federal. Lo segundo es la certidumbre de muchos en su staff y las serias dudas del propio López Obrador, que el bien documentado reportaje del The New York Times sobre la Línea 12 del Metro, que responsabiliza a Marcelo Ebrard por una mala construcción que llevó a la tragedia de mayo, contó con la ayuda de dos de sus principales asesores.
El Presidente la llamó a cuentas el lunes pasado, cuando el reportaje del Times se había convertido en un torpedo por debajo de la línea de flotación de Ebrard, que se interpretó como un golpe artero de Sheinbaum. López Obrador habló telefónicamente con ella, quien le aseguró que nadie de su equipo había hecho la filtración. Sus asesores le hicieron notar al Presidente que la prensa mencionaba a José Merino, uno de sus cerebros y director de la Agencia Digital de Innovación Pública, y a Eduardo Clark, director general de Gobierno, en la misma dependencia, quien ha sido el vocero en el tema del Covid-19, como los filtradores.
Sheinbaum corrió a Palacio Nacional. El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, también apresuró su llegada tras haber solicitado una reunión de emergencia con el Presidente, para hablar sobre el reportaje. El canciller no culpó a Sheinbaum de la filtración, pero en el entorno de Ebrard, como trascendió poco después, no tienen duda que la jefa de Gobierno buscó elevar el golpeteo contra él para desviar la atención de su descalabro electoral. El presidente López Obrador, en un primer control de daños para su protegida, le pidió al canciller que no adelantara ninguna conclusión.
El salón donde se celebró la reunión estaba lleno de especulaciones que coincidían en la culpabilidad de Sheinbaum por haber entregado información que dañaba a todos en el gobierno federal. López Obrador tuvo que intervenir para atajar los murmullos y esperar a que llegara a dar explicaciones. Cuando la jefa de Gobierno lo hizo, el Presidente le preguntó, casi tan pronto como se sentó, sobre la presunta responsabilidad de Merino y Clark en la filtración, bajo la convicción de todos en la Presidencia de que el diario incorporó en su trabajo de investigación información confidencial –no se sabe cuál específicamente– que sólo tenía el gobierno capitalino. Sheinbaum los defendió vehementemente y aseguró que nunca harían nada en contra del Presidente o de su equipo.
Trató de justificar que una filtración de esa naturaleza también la perjudicaba a ella porque aparecería como la responsable, lo que sucedió, y trató de deslizar la culpabilidad de ella –que no negó que existiera, aunque no desde su gobierno– hacia el senador Ricardo Monreal, quien era el principal beneficiario del conflicto que reflejaban los medios entre ella y Ebrard. Sheinbaum insistió en su alegato contra Monreal supurando por la herida, al afirmar que el senador operó electoralmente contra Morena en dos alcaldías que ganó la oposición.
El Presidente, de acuerdo con información que ha trascendido, no fue convencido por los argumentos de Sheinbaum, quizá porque tenía más información de contexto. Antes de que llegara la jefa de Gobierno, uno de sus asesores recordó cómo el Times había obtenido información, también confidencial, sobre el número de contagios y fallecimientos por el Covid-19, que sirvieron para imputar al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, la manipulación de las cifras de la pandemia para evitar que el semáforo epidemiológico avanzara a verde en la capital. Los responsables de esa información son precisamente Merino y Clark.
Pese a su molestia con ella, el Presidente les exigió a todos que dejaran de especular, comenzando entonces el proceso de protección de Sheinbaum, aunque quitándole espacios de maniobra y colocándole López Obrador jefes políticos de oficio, que comenzaron a darle instrucciones sobre lo que tenía que hacer. El primero en darle órdenes fue Gabriel García Hernández, coordinador de los delegados estatales y el principal operador electoral del Presidente, quien le dijo que tenía que incorporar a dos alcaldes derrotados a su gabinete, Víctor Hugo Romo, que perdió en la Miguel Hidalgo, y Vidal Llerenas, de Azcapotzalco. Serán los primeros, anticipó, porque existe la posibilidad de que tenga que darle cabida a otras candidatas y candidatos perdedores en su gobierno. Sheinbaum no cuestionó nada.
La jefa de Gobierno quedó en calidad de peón del Presidente después de las elecciones y del episodio con The New York Times. Si bien mantiene la interlocución con el Presidente, el hecho de que su ventanilla política baje de nivel en el escalafón del poder, refleja el malestar que existe contra ella en Palacio Nacional. Antes de García Hernández, quien la cuidaba y protegía era Julio Scherer, el consejero presidencial de alta confianza del Presidente.
Sheinbaum sabe en qué momento se encuentra dentro de Palacio Nacional, y lo único que hizo la semana pasada, intramuros, fue aceptar los regaños y las instrucciones de someterse. En público, repitió las ideas del Presidente para justificar la derrota en la capital federal. Por la forma como se defendió de las acusaciones de que sus cercanos enviaron la información al Times que afectaba a Ebrard, parece que se tambaleó fuertemente al pensar que sus aspiraciones presidenciales estaban en peligro. La sumisión sin chistar ante García Hernández da muestra de ello.
López Obrador no ha cambiado su opinión sobre quién será su sucesora, y Sheinbaum se comprometió a que haría todos los ajustes necesarios en su equipo para fortalecer el proyecto presidencial para dentro de tres años –si es que, como están las cosas, le alcanza.
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