“Ponerse la del Puebla” significa, en la jerga de los bajos fondos, que el favorecido con alguna acción compartió o “se mochó” con la mitad de un negocio. El que lo afirma a su interlocutor se cruza el pecho diagonalmente con la mano derecha, imitando la figura de la camiseta camotera y con ello corrobora el dicho. Hecho el tiro, muerto el pato. La transa ha quedado ejecutada, inaccesible hasta para la posteridad.
En los sótanos y andurriales de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial los imprescindibles coyotes relatan satisfechos que la mejor manera de hacer cualquier “bisne” es “conforme a Derecho”… y todo mundo explota de risa ante la expresión. Trátese de lograr un permiso, el cocinado de una Ley, el sentido de una averiguación, el contenido de cualquier sentencia.
Aplicar o no la ley es irrelevante. Lo que se juega en la competencia del soborno es la rapidez y la facilidad precisa con la que se actúa, antes de que acontezca lo irremediable: que alguien deba cruzar los separos, comparecer ante los reflectores del ridículo o quedarse como el chinito, sin hacer “el brinco” esperado por no saber repartir la dádiva o el chantaje. Hay que salpicar. Hay que bañarse en regadera y no en tina, dicen.
Corrupción, un veneno inyectado en el ADN de los gobernantes
El contenido de las disposiciones estrictamente en blanco y negro, la inutilidad de los expedientes, la risa loca sobre cualquier circular de los gerifaltes y los mandos, el desprecio a la ley, la burla al debido proceso, el demostrar la superioridad de la “mordida” sobre cualquier autoridad humana que ya pide más que antes es el corolario efectivo ante la ya imposible reelección.
Y es que ya no se ocupa la antigua fórmula, humilde y emboscada, de los patrulleros y los oficiales de la barandilla cuando no querían llamar por su nombre al chantaje en lo oscurito: “coopere con lo que sea su voluntad”. Hoy el robo es descarado, tasado por la autoridad sin remilgos, sin límites de piso y techo de cuantía.
Por más que se ufanan en el gobiernito en señalar que no somos el primero, sino sólo el segundo lugar en la lista de los países corruptos del mundo, al replicar el contenido de un análisis llevado a cabo por una institución internacional de prestigio, hemos caído en el peor de los mundos posibles.
Somos los campeones en la opacidad administrativa. Los gallardos que ostentan la posición delantera en todos los trastupijes. Los habitantes de un país dizque gobernado por el chairopopulismo que no pueden dar la cara ni levantar la cerviz cuando de corrupción se trata. Es un veneno inyectado en el ADN de los gobernantes, independientemente del partido político del que provengan. Y contra eso no hay reclamo que valga, ni umpire que lo haga remontable.
Chairopopulistas validan: “poderoso caballero es don dinero”
Vivimos en el reino del presunto culpable, no del inocente con beneficio de la duda a favor. No hemos podido superar la sentencia literaria del Siglo de Oro español que hablaba irremisible del “poderoso caballero es Don Dinero”. La carga de la prueba siempre caerá del lado del inocente, del que no tenga recursos para esquivar el mazo de la justicia vendida.
Decía el gran escritor en 1600, Francisco de Quevedo: “…que pues, doblón o sencillo. Hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero”, y sin quererlo definió la impronta de los regímenes mexicanos del PRI, del PAN, del PRD y de Morena. Una frase que debió inmortalizarse en todos los portales de las oficinas reales y alternas de los mentecatos que padecemos y abominamos.
Muerden la mano de sus leales valedores de las clases medias
La violación de las normas antes respetadas en el trasiego del narco, en la trata, en el contrabando de sustancias y mercancías, en la ausencia de rigor con la que han beneficiado a los competidores que dan más no va a quedar impune.
El castigo merecido por pasarse de listos. El morder la mano de sus leales valedores de las clases medias. Los morenistas rompieron los estándares de la codicia establecida. Tiraron de piedras al pesebre. Llenaron el buche de piedritas.
Traicionaron a los coyotes locales de las empresas gabachas, petroleras, eléctricas, mineras, constructoras, automotrices, salineras, en función de quedar bien con las que no estaban en el cotarro del abarrote. Formaron una casta de mercachifles habilitados que les funcionaran como el biombo, la mampara idónea para llevarse el santo y las limosnas.
Manejan a su antojo los índices de cotización y los indicadores financieros de ganancias artificiales a las empresas en la Bolsa de Valores, con objeto de quedar blindados como accionistas nylon, recibiendo de por vida las ganancias sin haber jamás invertido en acciones de alguna. Salvar las investigaciones posteriores con papel impreso, única prueba del “avance”, por lo general desconocida para los sabuesos.
Creyeron que la 4T duraría mil años como el Tercer Reich
Impusieron nuevos carteles en la puja del narcotráfico y crearon los propios. Violaron los pactos de la res publica, aquella fórmula que sostenía la existencia de selectos y maniobreros interlocutores para manejar discretamente la operación en los renglones de mafia de alto impacto, de los malandros de allá afuera. Por ignorancia y ambición pisaron todos los callos que no debían magullar.
Establecieron sus propias empresas, sus carteles, sus bandas, sobre las patentes de las que sus valedores ya habían acreditado en los embutes. Desconocieron los convenios de la repartacha. Se creyeron aquello de que con la 4T habían llegado para fundar un Reich de mil años.
Militarizaron todo para ocultar su invalidez para la acción política
Desesperados ante la caída libre de los niveles de aceptación ciudadana a sus entrambuliques hoy tratan de refrescar su imagen visitando algunos pueblos chicharroneros, tomándose la selfie con los aplaudidores de ocasión, tratando de pactar alianzas con los que antes burlaron, con los que fueron objeto de su sorna soberbia, artificialmente empoderada. El cinismo se delata en la fría sonrisa, en los modos y maneras hipócritas de presunta redención.
Los que militarizaron todo, como una manera de ocultar su falta de organización y demolida voluntad para la acción política, hoy quieren llenarse la boca de soberanía, de democracia, de amor por México, un país hastiado de su vulgaridad e incompetencia, que sólo los detesta y quiere que se larguen todos, ya.
¿Estamos condenados a repetir una y otra vez la misma historia?
Los últimos dos sexenios, el de Peña Nieto y el actual, han sido un desdoro, un saqueo pantagruélico, sin antecedentes posibles.
Jamás merecimos los mexicanos soportar esta pandilla de ridículos, entreguistas, vendepatrias y payasos de la política.
¿Estamos condenados a repetir una y otra vez la misma historia?
¿Usted qué cree?
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